lunes, 15 de noviembre de 2010

UNA HERMOSA CANCIÓN Y ES PARA TI


CUANDO PASEN LOS AÑOS
CUANDO ME HAGA YA VIEJO
CUANDO SE CIERREN MIS OJOS
SIEMPRE LA RECORDARE...

CUANDO BESE OTROS LABIOS
CUANDO AGARRE OTRAS MANOS
CUANDO ABRACE OTRO CUERPO
SIEMPRE LA RECORDARE...

RECORDARE LOS BESOS EN EL PARQUE
RECORDARE LAS CITAS EN LAS TARDES
RECORDARE LA ESQUINA DE TU CALLE

RECORDARE..., YO TE RECORDARE...

RECORDARE LOS MOMENTOS QUE PASAMOS
RECORDARE EL PERFUME DE TU CUERPO
RECORDARE EL CALOR QUE AYER ME DISTE

RECORDARE..., TE JURO QUE RECORDARE...

CUANDO NO HAYA PALABRAS
CUANDO NO HAYA MIRADAS
CUANDO NO HAYA CARICIAS
SIEMPRE LA RECORDARE...

RECORDARE LOS BESOS EN EL PARQUE
RECORDARE LAS CITAS EN LAS TARDES
RECORDARE LA ESQUINA DE TU CALLE

RECORDARE..., YO TE RECORDARE...

RECORDARE LOS MOMENTOS QUE PASAMOS
RECORDARE EL PERFUME DE CUERPO
RECORADRE EL CALOR QUE AYER ME DISTE

RECORDARE..., TE JURO QUE RECORDARE...

sábado, 13 de noviembre de 2010

POEMAS DE JORGE GUILLEN

GUILLEN

LOS NOMBRES

Albor. El horizonte
entreabre sus pestañas,
y empieza a ver. ¿Qué? Nombres.
Están sobre la pátina

de las cosas. La rosa
se llama todavía
hoy rosa, y la memoria
de su tránsito, prisa.

Prisa de vivir más.
A lo largo amor nos alce
esa pujanza agraz
del Instante, tan ágil

que en llegando a su meta
corre a imponer Después.
Alerta, alerta, alerta,
yo seré, yo seré.

¿Y las rosas? Pestañas
cerradas: horizonte
final. ¿Acaso nada?
Pero quedan los nombres.

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ARS VIVIENDI

Presentes sucesiones de difuntos

QUEVEDO

Pasa el tiempo y suspiro porque paso,
aunque yo quede en mí, que sabe y cuenta,
y no con el reloj, su marcha lenta
—nunca es la mía— bajo el cielo raso.

Calculo, sé, suspiro —no soy caso
de excepción— y a esta altura, los setenta,
mi afán del día no se desalienta,
a pesar de ser frágil lo que amaso.

Ay, Dios mío, me sé mortal de veras.
Pero mortalidad no es el instante
que al fin me privará de mi corriente.

Estas horas no son las postrimeras,
y mientras haya vida por delante,
serás mis sucesiones de viviente.

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BEATO SILLÓN

¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa
nada. Los ojos no ven,
saben. El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.

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YA SE ACORTAN LAS TARDES

Ya se acortan las tardes, ya el poniente
Nos descubre los más hermosos cielos,
Maya sobre las apariencias velos
Pone, dispone, claros a la mente.

Ningún engaño en sombra ni en penumbra,
Que a los ojos encantan con matices
Fugitivos, instantes muy felices
De pasar frente al sol que los alumbra.

Nos seduce este cielo de tal vida,
El curso de la gran Naturaleza
Que acorta la jornada, no perdida
Si hacia la luz erguimos la cabeza.

Siempre ayuda la calma de esta hora,
Lenta en su inclinación hasta lo oscuro,
Y se percibe un ritmo sobre el muro
Que postrero fulgor ahora dora.

Este poniente sin melancolía
Nos sume en el gran orden que nos salva,
Preparación para alcanzar el alba,
También serena aunque mortal el día.

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DEL TRANSCURSO

Miro hacia atrás, hacia los años, lejos,
Y se me ahonda tanta perspectiva
Que del confín apenas sigue viva
La vaga imagen sobre mis espejos.

Aun vuelan, sin embargo, los vencejos
En torno de unas torres, y allá arriba
Persiste mi niñez contemplativa.
Ya son buen vino mis viñedos viejos.

Fortuna adversa o próspera no auguro.
Por ahora me ahínco en mi presente,
Y aunque sé lo que sé, mi afán no taso.

Ante los ojos, mientras, el futuro
Se me adelgaza delicadamente,
Más difícil, más frágil, más escaso.

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MUERTE A LO LEJOS

Je soutenais l'éclat de la mort toute pure.

VALÉRY

Alguna vez me angustia una certeza,
Y ante mí se estremece mi futuro.
Acechándolo está de pronto un muro
Del arrabal final en que tropieza

La luz del campo. ¿Mas habrá tristeza
Si la desnuda el sol? No, no hay apuro
Todavía. Lo urgente es el maduro
Fruto. La mano ya lo descorteza.

...Y un día entre los días el más triste
Será. Tenderse deberá la mano
Sin afán. Y acatando el inminente

Poder diré sin lágrimas: embiste,
Justa fatalidad. El muro cano
Va a imponerme su ley, no su accidente.

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INFERNO

Ma tu perché ritorni a tanta noia?

Dice Virgilio a Dante, "Inferno", I, 76.

Los destructores siempre van delante,
Cada día con más poder y saña,
Sin enemigo ya que los espante.
Triunfa el secuestro con olor de hazaña,
Que pone en haz la hez del bicho humano.
Ni el más iluso al fin la historia engaña.
El infierno al alcance de la mano.

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  DESNUDO

Blancos, rosas... Azules casi en veta,
      retraídos, mentales.
Puntos de luz latente dan señales
      de una sombra secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
      se consolida en masa.
Yacente en el verano de la casa,
      una forma se alumbra.
Claridad aguzada entre perfiles,
      de tan puros tranquilos
que cortan y aniquilan con sus filos
      las confusiones viles.
Desnuda está la carne. Su evidencia
      se resuelve en reposo.
Monotonía justa: prodigioso
      colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente,
      del cuerpo femenino!
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?
      ¡Oh absoluto presente!

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jueves, 11 de noviembre de 2010

MIGUEL HERNANDEZ

 
Canción del esposo soldado


He poblado tu vientre de amor y sementera
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torrres, alta luz y ojos altos,
esposa de piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mi dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al mas leve tropiezo
y a reforzar tus penas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una loca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garra.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un dia iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y de brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

Elegía a Ramón Sijé - Miguel Hernández

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.



Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.


Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las ladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

(El rayo que no cesa)

RAFAEL ALBERTI


Si mi voz muriera en tierra

llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.

Llevadla al nivel del mar
y nombardla capitana
de un blanco bajel de guerra.

¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!

..................................



El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste
del mar?

En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

.........................................
Madre, vísteme a la usanza...
...la blusa azul, y la cinta
milagrera sobre el pecho.
J. R. J.



—Madre, vísteme a la usanza
de las tierras marineras:
el pantalón de campana,
la blusa azul ultramar
y la cinta milagrera.

—¿Adónde vas, marinero,
por las calles de la tierra?
—¡Voy por las calles del mar!



De: Marinero en tierra





La niña que se va al mar

¡Qué blanca lleva la falda
la niña que se va al mar!

¡Ay niña, no te la manche
la tinta del calamar!

¡Qué blancas tus manos, niña,
que te vas sin suspirar!

¡Ay niña, no te las manche
la tinta del calamar!

¡Qué blanco tu corazón
y qué blanco tu mirar!

¡Ay niña, no te los manche
la tinta del calamar!


Rafael Alberti

FEDERICO GARCÍA LORCA

LA CASADA INFIEL


Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quién soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río


Romance Sonámbulo




Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

--Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
--Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
--Compadre, quiero morir,
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
--Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
--Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
--¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA - GREGUERÍAS

Lo que defiende a las mujeres es que piensan que todos los hombres son iguales, mientras que lo que pierde a los hombres es que creen que todas las mujeres son diferentes.


El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero.

Los que matan a una mujer y después se suicidan debían variar el sistema: suicidarse antes y matarla después.

Los globos de los niños van por la calle muertos de miedo.

El bebé se saluda a sí mismo dando la mano a su pie.

¿Y si las hormigas fuesen ya los marcianos establecidos en la Tierra?

La gallina está cansada de denunciar en la comisaría que le roban los huevos.

Lo peor del loro es que quiera hablar por teléfono.

Eso de creer que el loro no sabe lo que dice es no querer ofender, pero el loro nos mira cuando nos insulta.

Respetamos ese insecto que se pasea por el frutero porque es el que ha becado el campo para que vea la ciudad.

El sueño es un depósito de objetos extraviados.

El que está en Venecia es el engañado que cree estar en Venecia. El que sueña con Venecia es el que está en Venecia.

Los recuerdos encogen como las camisetas.

Al ver el anuncio de "6 vueltas" en el aparato de feria nos ha parecido que la vida no es más que eso, "X vueltas".

No hay que tirarse desde demasiado alto para no arrepentirse por el camino.

La prisa es lo que nos lleva a la muerte.

En cada día amanece todo el tiempo.

El más sorprendido por la herencia es el que tiene que dejarla.

Por los ojos nos vamos de la vida.

Nos sorprende ver en la tienda de antigüedades la taza en que tomábamos el café con leche cuando eramos niños.

Es sorprendente cómo se mete la fiebre en el tiralíneas del termómetro.

Astrónomo es un señor que se duerme mirando las estrellas.

La medicina ofrece curar dentro de cien años a los que se están muriendo ahora mismo.

En lo que más avanza la civilización es en la perfección de los envases.

El ventilador debía dar aire caliente en invierno.

Los ceros son los huevos de los que salieron las demás cifras.

Un país donde los que juegan al toro siempre encuentran quien haga de toro es un país paradójico progresivo.

La historia es un pretexto para seguir equivocando a la humanidad.

En las grandes solemnidades llenas de personajes uniformados parece que hay algunos repetidos.

Me gustaría pertenecer a esa época del futuro en que la historia tendrá doscientos tomos, para ver cómo se la aprenderán los niños.

No confiéis demasiado en vuestro propio corazón, porque él os fallará en definitiva.

No importa que nuestro vaso sea pequeño, pues lo importante es que la botella esté llena.

No debemos ser cómplices ni de nosotros mismos.

A un mentiroso sólo lo cura un sordo.

La popularidad es que nos conozcan los que no conocemos.

La mayor ingenuidad del novel círculo literario es el nombramiento de tesorero.

El lector -como la mujer- ama más a quien le ha engañado más.

Al cine hay que ir bien peinado, sobre todo por detrás.

No hay nada que desoriente tanto como un número de teléfono que hemos apuntado y que no sabemos a quién pertenece.

Hay tipos a los que es tan difícil sacarles una idea de la cabeza como el tapón que se ha hundido en la botella.

domingo, 24 de octubre de 2010

SELECCIÓN DE POEMAS DE ANTONIO MACHADO

 

MACHADO

(DE SOLEDADES)

XXIX

Caminante, son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino,

se hace camino al andar

Al andar se hace camino

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.

(DE CAMPOS DE CASTILLA)

XCVII
(RETRATO)
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero

mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.


Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,

mas recibí la flecha que me asignó Cupido,

y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.


Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.


Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética,

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.


Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.


¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.


Converso con el hombre que siempre va conmigo —

quien habla solo espera hablar a Dios un día—;

mi soliloquio es plática con este buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.


Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.


Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.


.

FRAGMENTO DEL LIBRO DE AZORIN “POR LAS RUTAS DEL QUIJOTE”

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I

La partida

Yo me acerco a la puerta y grito:

–¡ Doña Isabel! ¡Doña Isabel!

Luego vuelvo a entrar en la estancia y me siento con un gesto de cansancio, de tristeza y de resignación. La vida, ¿es una repetición monótona, inexorable, de las misma s cosas con distintas apariencias? Yo estoy en mi cuarto; el cuarto es diminuto; tiene tres o cuatro pasos en cuadro; hay en él una mesa pequeña, un lavabo, una cómoda, una cama. Yo estoy sentado junto a un ancho balcón que da a un patio; el patio es blanco, limpio, silencioso. Y una luz suave, sedante, cae a través de unos tenues visillos y baña las blancas cuartillas que destacan sobre la mesa. Yo vuelvo a acercarme a la puerta y torno a gritar:

–¡Doña Isabel! ¡Doña Isabel!

Y después me siento otra vez con el mismo gesto de cansancio, de tristeza y de resignación. Las cuartillas esperan inmaculadas los trazos de la pluma; en medio de la estancia, abierta, destaca una maleta. ¿Dónde iré yo, una vez más, como siempre, sin remedio ninguno, con mi maleta y mis cuartillas? Y oigo en el largo corredor unos pasos lentos, suaves. Y en la puerta aparece una anciana vestida de negro, limpia, pálida.

–Buenos días, Azorín.

–Buenos días, doña Isabel.

Y nos quedamos un momento en silencio. Yo no pienso en nada; yo tengo una profunda melancolía. La anciana mira inmóvil, desde la puerta, la maleta que aparece en el centro del cuarto.

–¿Se marcha usted, Azorín?

Yo le contesto:

–Me marcho, doña Isabel.

Ella replica:

–¿Dónde se va usted, Azorín? Yo le contesto:

–No lo sé, doña Isabel.

Y transcurre otro breve momento de un silencio denso, profundo. Y la anciana, que ha permanecido con la cabeza un poco baja, la mueve con un ligero movimiento, como quien acaba de comprender, y dice:

–¿Se irá usted a los pueblos, Azorín?

–Sí, sí, doña Isabel –le digo yo–; no tengo más remedio que marcharme a los pueblos.

Los pueblos son las ciudades y las pequeñas villas de La Mancha y de las estepas castellanas que yo amo; doña Isabel ya me conoce; sus miradas han ido a posarse en los libros y cuartillas que están sobre la mesa. Luego me ha dicho:

–Yo creo, Azorín, que esos libros y esos papeles que usted escribe le están a usted matando. Muchas veces –añade sonriendo– he tenido la tentación de quemarlos todos durante alguno de sus viajes.

Yo he sonreído también.

–¡Jesús, doña Isabel! –he exclamado fingiendo un espanto cómico–. ¡Usted no quiere creer que yo tengo que realizar una misión sobre la tierra!

–¡Todo sea por Dios! –ha replicado ella, que no comprende nada de esta misión.

Y yo, entristecido, resignado con esta inquieta pluma que he de mover perdurablemente y con estas cuartillas que he de llenar hasta el fin de mis días, he contestado:

–Sí, todo sea por Dios, doña Isabel.

Después ella junta sus manos con un ademán doloroso, arquea las cejas y suspira:

–¡Ay, Señor!

Y ya este suspiro que yo he oído tantas veces, tantas veces en los viejos pueblos, en los caserones vetustos, a estas buenas ancianas vestidas de negro; ya este suspiro me trae una visión neta y profunda de la España castiza. ¿Qué recuerda doña Isabel con este suspiro? ¿Recuerda los días de su infancia y de su adolescencia, pasados en alguno de estos pueblos muertos, sombríos? ¿Recuerda las callejuelas estrechas, serpenteantes, desiertas, silenciosas? ¿Y las plazas anchas, con soportales ruinosos, por las que de tarde en tarde discurre un perro o un vendedor se para y lanza un grito en el silencio? ¿Y las fuentes viejas, las fuentes de granito, las fuentes con un blasón enorme, con grandes letras, en que se lee el nombre de Carlos V o Carlos III? ¿Y las iglesias góticas, doradas, rojizas, con estas capillas de las Angustias, de los Dolores o del Santo Entierro, en que tanto nuestras madres han rezado y han suspirado? ¿Y las tiendecillas hondas, lóbregas, de merceros, de cereros, de talabarteros, de pañeros, con las mantas de vivos colores que flamean al aire? ¿Y los carpinteros –estos buenos amigos nuestros– con sus mazos que golpean sonoros? ¿Y las herrerías –las queridas herrerías– que llenan desde el alba al ocaso la pequeña y silenciosa ciudad con sus sones joviales y claros? ¿Y los huertos y cortinales que se extienden a la salida del pueblo, y por cuyas bardas asoma un oscuro laurel o un ciprés mudo, centenario, que ha visto indulgente nuestras travesuras de niño? ¿Y los lejanos majuelos a los que hemos ido de merienda en las tardes de primavera y que han sido plantados acaso por un anciano que tal vez no ha visto sus frutos primeros? ¿Y las vetustas alamedas de olmos, de álamos, de plátanos, por las que hemos paseado en nuestra adolescencia en compañía de Lolita, de Juana, de Carmencita o de Rosarito? ¿Y los cacareos de los gallos que cantaban en las mañanas radiantes y templadas del invierno? ¿Y las campanadas lentas, sonoras, largas, del vetusto reloj que oíamos desde las anchas chimeneas en las noches de invierno?

Yo le digo al cabo a doña Isabel:

–Doña Isabel, es preciso partir.

Ella contesta:

–Sí, sí, Azorín; si es necesario, vaya usted.

Después yo me quedo solo con mis cuartillas, sentado ante la mesa, junto al ancho balcón por el que veo el patio silencioso, blanco. ¿Es displicencia? ¿Es tedio? ¿Es deseo de algo mejor que no sé lo que es, lo que yo siento? ¿No acabará nunca para nosotros, modestos periodistas, este sucederse perdurable de cosas y de cosas? ¿No volveremos a oír nosotros, con la misma sencillez de los primeros años, con la misma alegría, con el mismo sosiego, sin que el ansia enturbie nuestras emociones, sin que el recuerdo de la lucha nos amargue, estos cacareos de los gallos amigos, estos sones de las herrerías alegres, estas campanadas del reloj venerable, que entonces escuchábamos? ¿Nuestra vida no es como la del buen caballero errante que nació en uno de estos pueblos manchegos? Tal vez, si, nuestro vivir, como el de don Alonso Quijano el Bueno, es un combate inacabable, sin premio, por ideales que no veremos realizados... Yo amo esa gran figura dolorosa que es nuestro símbolo y nuestro espejo. Yo voy –con mi maleta de cartón y mi capa– a recorrer brevemente los lugares que él recorriera.

Lector: perdóname; mi voluntad es serte grato; he escrito ya mucho en mi vida; veo con tristeza que todavía he de escribir otro tanto. Lector: perdóname; yo soy un pobre hombre que, en los ratos de vanidad, quiere aparentar que sabe algo, pero que en realidad no sabe nada.

clip_image001[2]clip_image001[3]II

En marcha

Estoy sentado en una vieja y amable casa, que se llama Fonda de la Xantipa; acabo de llegar –¡descubríos!– al pueblo ilustre de Argamasilla de Alba. En la puerta de mi modesto mechinal, allá en Madrid, han resonado esta mañana unos discretos golpecitos; me he levantado súbitamente; he abierto el balcón; aún el cielo estaba negro y las estrellas titileaban sobre la ciudad dormida. Yo me he vestido. Yo he bajado a la calle; un coche pasaba con un ruido lento, rítmico, sonoro. Esta es la hora en que las grandes urbes modernas nos muestran todo lo que tienen de extrañas, de anormales, tal vez de antihumanas. Las calles aparecen desiertas, mudas; parece que durante un momento, después de la agitación del trasnocheo, después de los afanes del día, las casas recogen su espíritu sobre sí mismas, y nos muestran en esta fugaz pausa, antes de que llegue otra vez el inminente tráfago diario, toda la frialdad, la impasibilidad de sus fachadas altas, simétricas, de sus hileras de balcones cerrados, de sus esquinazos y sus ángulos que destacan en un cielo que comienza poco a poco, imperceptiblemente, a clarear en lo alto...

El coche que me lleva corre rápidamente hacia la lejana estación. Ya en el horizonte comienza a surgir un resplandor mate, opaco; las torrecillas metálicas de los cables surgen rígidas; la chimenea de una fábrica deja escapar un humo denso, negro, que va poniendo una tupida gasa ante la claridad que nace por Oriente. Yo llego a la estación. ¿No sentís vosotros una simpatía profunda por las estaciones? Las estaciones, en las grandes ciudades, son lo que primero despierta todas las mañanas, a la vida inexorable y cuotidiana. Y son primero los faroles de los mozos que pasan, cruzan, giran, tornan, marchan de un lado para otro, a ras del suelo, misteriosos, diligentes, sigilosos. Y son luego las carretillas y diablas que comienzan a chirriar y gritar. Y después el estrépito sordo, lejano, de los coches que avanzan. Y luego la ola humana que va entrando por las anchas puertas, y se desparrama, acá y allá, por la inmensa nave. Los redondos focos eléctricos, que han parpadeado toda la noche, acaban de ser apagados; suenan los silbatos agudos de las locomotoras; en el horizonte surgen los resplandores rojizos, nacarados, violetas, áureos, de la aurora. Yo he contemplado este ir y venir, este trajín ruidoso, este despertar de la energía humana. El momento de sacar nuestro billete correspondiente es llegado ya. ¿Cómo he hecho yo una sólida, una sincera amistad –podéis creerlo– con este hombre sencillo, discreto y afable, que está a par de mí, junto a la ventanilla?

–¿Va usted –le he preguntado yo– a Argamasilla de Alba?

–Sí –me ha contestado él–; yo voy a Cinco Casas.

Yo me he quedado un poco estupefacto. ¿Si este hombre sencillo e ingenuo –he pensado– va a Cinco Casas, cómo puede ir a Argamasilla? Y luego en voz alta he dicho cortésmente:

–Permítame usted: ¿cómo es posible ir a Argamasilla y a Cinco Casas?

Él se ha quedado mirándome un momento en silencio; indudablemente yo era un hombre colocado fuera de la realidad. Y al fin ha dicho:

–Argamasilla es Cinco Casas; pero todos le llamamos Cinco Casas...

Todos ha dicho mi nuevo amigo. ¿Habéis oído bien? ¿Quiénes son todos? Vosotros sois ministros; ocupáis los Gobiernos civiles de las provincias; estáis al frente de los grandes organismos burocráticos; redactáis los periódicos; escribís libros; pronunciáis discursos; pintáis cuadros; hacéis estatuas... y un día os metéis en el tren, os sentáis en los duros bancos de un coche de tercera, y descubrís –profundamente sorprendidos– que todos no sois vosotros (que no sabéis que Cinco Casas da lo mismo que Argamasilla), sino que todos es Juan, Ricardo, Pedro, Roque, Alberto, Luis, Antonio, Rafael, Tomás, es decir, el pequeño labriego, el carpintero, el herrero, el comerciante, el industrial, el artesano. Y ese día –no lo olvidéis– habéis aprendido una enorme, una eterna verdad...

Pero el tren va a partir ya en este momento; el coche está atestado. Yo veo una mujer que solloza y unos niños que lloran (porque van a embarcarse en un puerto mediterráneo para América); veo unos estudiantes que, en el departamento de al lado, cantan y gritan; veo, en un rincón, acurrucado, junto a mí, un hombre diminuto y misterioso, embozado en una capita raída, con unos ojos que brillan –como en ciertas figuras de Goya– por debajo de las anchas y sombrosas alas de su chapeo. Mi nuevo amigo es más comunicativo que yo; pronto entre él y el pequeño viajero enigmático se entabla un vivo diálogo. Y lo primero que yo descubro es que este hombre hermético tiene frío; en cambio, mi compañero no lo tiene. ¿Comprendéis los antagonismos de la vida? El viajero embozado es andaluz; mi flamante amigo es castizo manchego.

–Yo –dice el andaluz– no he encontrado en Madrid el calor.

–Yo –replica el manchego– no he sentido el frío.

He aquí –pensáis vosotros, si sois un poco dados a las especulaciones filosóficas–: he aquí explicadas la diversidad y la oposición de todas las éticas, de todos los derechos, de todas las estéticas que hay sobre el planeta. Y luego os ponéis a mirar el paisaje; ya es día claro; ya una luz clara, limpia, diáfana, llena la inmensa llanura amarillenta; la campiña se extiende a lo lejos en suaves ondulaciones de terreros y oteros. De cuando en cuando se divisan las paredes blancas, refulgentes de una casa; se ve perderse a lo lejos, rectos, inacabables, los caminos. Y una cruz tosca de piedra tal vez nos recuerda, en esta llanura solitaria, monótona, yerma, desesperante, el sitio de una muerte, de una tragedia. Y lentamente el tren arranca con un estrépito de hierros viejos. Y las estaciones van pasando, pasando; todo el paisaje que ahora vemos es igual que el paisaje pasado; todo el paisaje pasado es el mismo que el que contemplaremos dentro de un par de horas. Se perfilan en la lejanía radiante las lomas azules; acaso se columbra el chapitel negro de un campanario; una picaza revuela sobre los surcos rojizos o amarillentos; van lentas, lentas por el llano inmenso las yuntas que arrastran el arado. Y de pronto surge en la línea del horizonte un molino que mueve locamente sus cuatro aspas. Y luego pasamos por Alcázar; otros molinos vetustos, épicos, giran y giran. Ya va entrando la tarde; el cansancio ha ganado ya vuestros miembros. Pero una voz acaba de gritar:

–¡Argamasilla, dos minutos!

Una sacudida nerviosa nos conmueve. Hemos llegado al término de nuestro viaje. Yo contemplo en la estación una enorme diligencia –una de estas diligencias que encantan a los viajeros franceses–; junto a ella hay un coche, un coche venerable, un coche simpático, uno de estos coches de pueblo en que todos –indudablemente– hemos paseado siendo niños. Yo pregunto a un mozuelo que a quién pertenece este coche.

–Este coche –me dice él– es de la Pacheca.

Una dama fina, elegante, majestuosa, enlutada, sale de la estación y sube en este coche. Ya estamos en pleno ensueño. ¿No os ha desatado la fantasía la figura esbelta y silenciosa de esta dama, tan española, tan castiza, a quien tan española y castizamente se le acaba de llamar la Pacheca?

Ya vuestra imaginación corre desvariada. Y cuando tras largo caminar en la diligencia por la llanura entráis en la villa ilustre; cuando os habéis aposentado en esta vieja y amable fonda de la Xantipa; cuando, ya cerca de la noche, habéis trazado rápidamente unas cuartillas, os levantáis de ante la mesa, sintiendo un feroz apetito, y decís a estas buenas mujeres que andan por estancias y pasillos:

–Señoras mías, escuchadme un momento. Yo les agradecería a vuesas mercedes un poco de salpicón, un poco de duelos y quebrantos, algo acaso de alguna olla modesta en que haya «más berza que carnero».

clip_image001[4]clip_image001[5]III

Psicología de Argamasilla

Penetremos en la sencilla estancia; acércate, lector; que la emoción no sacuda tus nervios; que tus pies no tropiecen con el astrágalo del umbral; que tus manos no dejen caer el bastón en que se apoyan; que tus ojos, bien abiertos, bien vigilantes, bien escudriñadores, recojan y envíen al cerebro todos los detalles, todos los matices, todos los más insignificantes gestos y los movimientos más ligeros. Don Alonso Quijano el Bueno está sentado ante una recia y oscura mesa de nogal; sus codos puntiagudos, huesudos, se apoyan con energía sobre el duro tablero; sus miradas ávidas se clavan en los blancos folios, llenos de letras pequeñitas, de un inmenso volumen. Y de cuando en cuando el busto amojamado de don Alonso se yergue; suspira hondamente el caballero; se remueve nervioso y afanoso en el ancho asiento. Y sus miradas, de las blancas hojas del libro pasan súbitas y llameantes a la vieja y mohosa espada que pende en la pared. Estamos, lector, en Argamasilla de Alba y en 1570, en 1572 o en 1575. ¿Cómo es esta ciudad hoy ilustre en la historia literaria española? ¿Quién habita en sus casas? ¿Cómo se llaman estos nobles hidalgos que arrastran sus tizonas por sus calles claras y largas? Y ¿por qué este buen don Alonso, que ahora hemos visto suspirando de anhelos inefables sobre sus libros malhadados, ha venido a este trance? ¿Qué hay en el ambiente de este pueblo que haya hecho posible el nacimiento y desarrollo, precisamente aquí, de esta extraña, amada y dolorosa figura? ¿De qué suerte Argamasilla de Alba, y no otra cualquier villa manchega, ha podido ser la cuna del más ilustre, del más grande de los caballeros andantes?

Todas las cosas son fatales, lógicas, necesarias; todas las cosas tienen su razón poderosa y profunda. Don Quijote de la Mancha había de ser forzosamente de Argamasilla de Alba. Oídlo bien; no lo olvidéis jamás: el pueblo entero de Argamasilla es lo que se llama un pueblo andante. Y yo os lo voy a explicar. ¿Cuándo vivió don Alonso? ¿No fue por estos mismos años que hemos expresado anteriormente? Cervantes escribía con lentitud; su imaginación era tarda en elaborar; salió a luz la obra en 1605; mas ya entonces el buen caballero retratado en sus paginas había fenecido, y ya desde luego hemos de suponer que el autor debió de comenzar a planear su libro mucho después de acontecer esta muerte deplorable, es decir, que podemos sin temor afirmar que don Alonso vivió a mediados del siglo XVI, acaso en 1560, tal vez en 1570, es posible que en 1575. Y bien: precisamente en este mismo año, nuestro rey don Felipe II requería de los vecinos de la villa de Argamasilla una información puntual, minuciosa, exacta, de la villa y sus aledaños. ¿Cómo desobedecer a este monarca? No era posible. Yo –dice el escribano público del pueblo, Juan Martínez Patiño– he notificado el deseo del rey a los alcaldes ordinarios y a los señores regidores. Los alcaldes se llaman: Cristóbal de Mercadillo y Francisco García de Tembleque; los regidores llevan por nombre Andrés de Peroalonso y Alonso de la Osa. Y todos estos señores, alcaldes y regidores, se reúnen, conferencian, tornan a conferenciar, y a la postre nombran a personas calificadas de la villa para que redacten el informe pedido. Estas personas son Francisco López de Toledo, Luis de Córdoba el Viejo, Andrés de Anaya. Yo quiero que os vayáis ya fijando en todas estas idas y venidas, en todos estos cabildeos, en toda esta inquietud administrativa que ya comienza a mostrarnos la psicología de Argamasilla. La comisión que ha de redactar el suspirado dictamen está nombrada ya; falta, sin embargo, el que a sus individuos se les notifique el nombramiento. El escribano señor Martínez de Patiño se pone su sombrero, coge sus papeles y se marcha a visitar a los señores nombrados; el señor López de Toledo y el señor Anaya, dan su conformidad, tal vez después de algunas tenues excusas; mas el don Luis de Córdoba el Viejo, hombre un poco escéptico, hombre que ha visto muchas cosas, «persona antigua» –dicen los informantes–, recibe con suma cortesía al escribano, sonríe, hace una leve pausa, y después, mirando al señor de Patiño, con una ligera mirada irónica, declara que él no puede aceptar el nombramiento, puesto que él, don Luis de Córdoba el Viejo, goza de una salud escasa, padece de ciertos lamentables achaques, y además, a causa de ellos y como razón suprema, «no puede estar sentado un cuarto de hora». ¿Cómo un hombre así podía pertenecer al seno de una comisión? ¿Cómo podía permanecer don Luis de Córdoba el Viejo una hora, dos horas, tres horas pegado a su asiento, oyendo informar o discutiendo datos y cifras? No es posible; el escribano Martínez de Patiño se retira un poco mohíno; don Luis de Córdoba el Viejo torna a sonreír al despedirle; los alcaldes nombran en su lugar a Diego de Oropesa...

Y la comisión, ya sin más trámites, ya sin más dilaciones, comienza a funcionar. Y por su informe –todavía inédito entre las Relaciones topográficas, ordenadas por Felipe II– conocemos a Argamasilla de Alba en tiempos de Don Quijote. Y ante todo, ¿quién la ha fundado? La fundó don Diego de Toledo, prior de San Juan; el paraje en que se estableciera el pueblo se llamaba Argamasilla; el fundador era de la casa de Alba. Y de ahí el nombre de Argamasilla de Alba.

Pero el pueblo –y aquí entramos en otra etapa de su psicología–; el pueblo primitivamente se hallaba establecido en el lugar llamado la Moraleja; ocurría esto en 1555. Mas una epidemia sobreviene; la población se dispersa; reina un momento de pavor y de incertidumbre, y como en un tropel, los moradores corren hacia el cerro llamado de Boñigal y allí van formando nuevamente el poblado. Y otra vez, al cabo de pocos años, cae sobre el flamante caserío otra epidemia, y de nuevo, atemorizados, enardecidos, exasperados, los habitantes huyen, corren, se dispersan y se van reuniendo, al fin, en el paraje que lleva el nombre de Argamasilla, y aquí fundan otra ciudad, que es la que ha llegado hasta nuestros días y es en la que ha nacido el gran manchego. ¿Veis ya cómo se ha creado en pocos años, desde 1555 a 1575, la mentalidad de una nueva generación, entre la que estará don Alonso Quijano? ¿Veis cómo el pánico, la inquietud nerviosa, la exasperación, las angustias que han padecido las madres de estos nuevos hombres se ha comunicado a ellos y ha formado en la nueva ciudad un ambiente de hiperestesia sensitiva, de desasosiego, de anhelo perdurable por algo desconocido y lejano? ¿Acabáis de aprender cómo Argamasilla entero es un pueblo andante y cómo aquí había de nacer el mayor de los caballeros andantes? Añadid ahora que además de esta epidemia de que hemos hablado caen también sobre el pueblo plagas de langostas, que arrasan las cosechas y suman nuevas incertidumbres y nuevos dolores a los que ya se experimentan. Y como si todo esto fuera poco para determinar y crear una psicología especialísima, tened en cuenta que el nuevo pueblo, por su situación, por su topografía, ha de favorecer este estado extraordinario, único, de morbosidad y exasperación. «Este –dicen los vecinos informantes– es pueblo enfermo, porque cerca de esta villa se suele derramar la madre del río de Guadiana, y porque pasa por esta villa y hace remanso el agua, y de causa del dicho remanso y detenimiento del agua salen muchos vapores que acuden al pueblo con el aire». Y ya no necesitamos más para que nuestra visión quede completa; mas si aún continuamos escudriñando en el informe, aún recogeremos en él pormenores, detalles, hechos, al parecer insignificantes, que vendrán a ser la contraprueba de lo que acabamos de exponer.

Argamasilla es un pueblo enfermizo, fundado por una generación presa de una hiperestesia nerviosa. ¿Quiénes son los sucesores de esta generación? ¿Qué es lo que hacen? Los informantes citados nos dan una relación de las personas más notables que viven en la villa; son éstas don Rodrigo Pacheco, dos hijos de don Pedro Prieto de Bárcena, el señor Rubián, los sobrinos de Pacheco, los hermanos Baldolivias, el señor Cepeda y don Gonzalo Patiño. Y de todos éstos, los informantes nos advierten al pasar, que los hijos de don Pedro Prieto de Bárcena han pleiteado a favor de su ejecutoria de hidalguía; que el señor Cepeda también pleitea; que el señor Rubián litiga asimismo con la villa; que los hermanos Baldolivias no se escapan tampoco de mantener sus contiendas, y que, finalmente, los sobrinos de Pacheco se hallan puestos en el libro de los pecheros, sin duda porque, a pesar de todas las sutilezas y supercherías, «no han podido probar su filiación»...

Esta es la villa de Argamasilla de Alba, hoy insigne entre todas las de La Mancha. ¿No es natural que todas estas causas y concausas de locura, de exasperación, que flotan en el ambiente hayan convergido en un momento supremo de la historia y hayan creado la figura de este simpar hidalgo, que ahora en este punto nosotros, acercándonos con cautela, vemos leyendo absorto en los anchos infolios y lanzando de rato en rato súbitas y relampagueantes miradas hacia la vieja espada llena de herrumbre?

RAMON DEL VALLE INCLAN - POEMAS SELECTOS


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Ave
¡Oh, lejanas memorias de la tierra lejana,
olorosas a yerbas frescas por la mañana!
¡Tierra de maizales húmedos y sonoros
donde cantan del viento los invisibles coros,
cuando deshoja el sol la rosa de sus oros,
en la cima del monte que estremecen los toros!
¡Oh, los hondos caminos con cruces y consejas,
por donde atardecido van tranqueando las viejas,
cargadas con la leña robada en los pinares,
la leña que de noche ha de alumbrar en los llares,
mientras cuenta una voz los cuentos seculares,
y a lo lejos los perros ladran en los pajares!
¡Oh, tierra de la fabla antigua, hija de Roma,
que tiene campesinos arrullos de paloma!
El lago de mi alma, yo lo siento ondular
como la seda verde de un naciente linar,
cuando tú pasas, vieja alma de mi lugar,
en la música de algún viejo cantar.
¡Oh, tierra, pobre abuela olvidada y mendiga,
bésame con tu alma ingenua de cantiga!
Y que aromen mis versos como aquellas manzanas
que otra abuela solía poner en las ventanas,
donde el sol del invierno daba por las mañanas.
¡Oh las viejas abuelas, las memorias lejanas!

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El pasajero

¡Tengo rota la vida!  En el combate
de tantos años ya mi aliento cede,
y al orgulloso pensamiento abate
la idea de la muerte, que lo obsede.

Quisiera entrar en mí, vivir conmigo,
poder hacer la cruz sobre mi frente,
y sin saber de amigo ni enemigo,
apartado, vivir devotamente.

¿Dónde la verde quiebra de la altura
con rebaños y músicos pastores?
¿Dónde gozar de la visión tan pura

que hace hermanas las almas y las flores?
¿Dónde cavar en paz la sepultura
y hacer místico pan con mis dolores?

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En un libro guardada está...

En el espejo mágico aparece
toda mi vida, y bajo su misterio
aquel amor lejano se florece
como un arcángel en un cautiverio.

Llega por un camino nunca andado,
ya no son sus verdades tenebrosas,
desgarrada la sien, triste, aromado,
llega por el camino de las rosas.

Vibró tan duro en contra de la suerte
aquel viejo dolor, que aún se hace nuevo,
está batido como el hierro fuerte,
tiene la gracia noble de un mancebo.

Reza, alma triste, en su devota huella,
los ecos de los muertos son sagrados,
como dicen que alumbran las estrellas,
alumbran los amores apagados.

Este amor tan lejano, ahora vestido
de sombra de la tarde, en el sendero
muestra como un arcángel, el sentido
inmortal de la vida al pasajero.

Yo iba perdido por la selva oscura,
sólo oía el quebrar de mi cadena,
y vi encenderse con medrosa albura,
en la selva, una luz de ánima en pena.

Tuve conciencia. Vi la sombra mía
negra, sobre el camino de la muerte,
y vi tu sombra blanca que decía
su oración a los tigres de mi suerte.

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Garrote vil
¡Tan ! ¡Tan! ¡Tan! Canta el martillo,
el garrote alzando están,
canta en el campo un cuclillo,
y las estrellas se van
al compás del estribillo
con que repica el martillo:
¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!
El patíbulo destaca
trágico, nocturno y gris;
la ronda de la petaca
sigue a la ronda de anís,
pica tabaco la faca
y el patíbulo destaca
sobre el alba flor de lis.
Áspera copla remota
que rasguea un guitarrón
se escucha. Grito de jota
del morapio peleón.
El cabileño patriota
canta la canción remota
de las glorias de Aragón.
Apicarada pelambre
al pie del garrote vil
se solaza muerta de hambre.
Da vayas al alguacil
y, con un rumor de enjambre,
acoge hostil la pelambre
a la hostil Guardia Civil.
Un gitano vende churros
al socaire de un corral,
asoman flautistas burros
las orejas al bardal
y en el corro de baturros,
el gitano de los churros
beatifica al criminal.
El reo espera en capilla,
reza un clérigo en latín,
llora una vela amarilla
y el sentenciado da fin
a la amarilla tortilla
de yerbas. Fue a la capilla
la cena del cafetín.
Canta en la plaza el martillo,
el verdugo gana el pan,
un paño enluta el banquillo.
Como el paño es catalán
se está volviendo amarillo
al son que canta el martillo:
¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!

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La rosa del reloj
Es la hora de los enigmas,
cuando la tarde del verano,
de las nubes mandó un milano
sobre las palomas benignas.
¡Es la hora de los enigmas!
Es la hora de la paloma:
sigue los vuelos la mirada
de una niña. Tarde rosada,
musical y divina coma.
¡Es la hora de la paloma!
Es la hora de la culebra:
el diablo se arranca una cana,
cae del árbol la manzana
y el cristal de un sueño se quiebra.
¡Es la hora de la culebra!
Es la hora de la gallina:
el cementerio tiene luces,
se santiguan ante las cruces
las beatas, el viento agorina.
¡Es la hora de la gallina!
Es la hora de la doncella:
lágrimas, cartas y cantares,
el aire pleno de azahares,
la tarde azul, sólo una estrella.
¡Es la hora de la doncella !
Es la hora de la lechuza:
descifra escrituras el viejo,
se quiebra de pronto el espejo,
sale la vieja con la alcuza.
¡Es la hora de la lechuza!
Es la hora de la raposa:
ronda la calle una vihuela,
porta la vieja a la mozuela
Un anillo con una rosa.
¡Es la hora de la raposa!
Es la hora del alma en pena:
una bruja en la encrucijada,
con la oración excomulgada
le pide al muerto su cadena
¡Es la hora del alma en pena!
Es la hora del. lubricán:
acecha el mochuelo en el pino,
el bandolero en el camino,
y en el prostíbulo Satán.
¡Es la hora del lubricán!

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Rosa de Belial
Soy aquel amante
que nunca se muestra,
muda en cada instante
mi sombra siniestra.
Con el viento llego,
y paso con él,
soy rojo lostrego
del Ángel Luzbel.
Mi sombra nocturna
hace en ti guarida,
mi larva soturna
te goza dormida.
A tu lindo ceño
llevo la obsesión,
en tu blanco sueño
soy la Tentación.
Soy aquel amante
que la voz no nombra,
mi sombra va errante
en pos de tu sombra.
¡Turbulenta avispa
que vuela en tu flor,
soy la roja chispa
del yunque de Thor!
De tu clara frente
me oculto en el muro,
como la serpiente
del enigma oscuro.
Soy en tu conciencia
la interrogación
a la triste ciencia
del rey Salomón.
Sobre tu blancura,
paloma benigna,
de mi mordedura
dejaré el estigma.
El pecado encarna
mi testa. El laurel
del mundo es mi llama,
soy luz de Luzbel.
Mi frente sañuda
sostiene el abismo,
el tiempo me muda,
y soy siempre el mismo.
Cabalgo en el viento,
con el viento voy,
ya tu pensamiento
mi forma le doy.
Profano lascivo
tu virgen entraña,
soy el negro chivo
y tú mi montaña.
Apaga mi aliento
tu roca de luz,
está su cimiento
sobre mi testuz.
Soy el negro dueño
de la abracadabra,
y trisca en tu sueño
mi pata de cabra.
Como el enemigo
en tu sueño estoy,
te gozas conmigo...
¡Soy el que no Soy!

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Rosa del sanatorio

Bajo la sensación del cloroformo
me hacen temblar con alarido interno
la luz de acuario de un jardín moderno,
y el amarillo olor del yodoformo.

Cubista, futurista y estridente,
por el caos febril de la modorra
vuela la sensación, que al fin se borra,
verde mosca, zumbándome en la frente.

pasa mis nervios, con gozoso frío,
el arco de lunático violín;
de un sí bemol el transparente pío

tiembla en la luz acuaria del jardín,
y va mi barca por el ancho río
que separa un confín de otro confín.

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Rosa en Job
¡Todo hacia la muerte avanza
         de concierto,
toda la vida es mudanza
         hasta ser muerto!
¡Quién vio por tierra rodado
         el almenar
y tan alto levantado
         el muladar!
¡Mi existir se cambia y muda
         todo entero,
como árbol que se desnuda
         en el enero!
¡Fueron mis goces auroras
         de alegrías,
más fugaces que las horas
         de los días!
¡Y más que la lanzadera
         en el telar,
y la alondra, tan ligera
         en el volar!
¡AIma, en tu recinto acoge
         al dolor,
mmo la espiga en la troje
         el labrador!
¡Levántate, corazón,
         que estás muerto!
¡Esqueleto de león
         en el desierto!
¡Pide a la muerte posada,
         peregrino,
como espiga que granada
         va al molino!
¡La vida!... Polvo en el viento
         volador.
¡Solo no muda el cimiento
         del dolor!

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Rosa hiperbólica
Va la carreta bamboleante
por el camino, sobre una foz,
el can al flanco va jadeante,
dentro de una sombra canta sin voz:
     -Soñé laureles, no los espero,
y tengo el alma libre de hiel.
¡No envidio nada, si no es dinero!
¡Ya no me llama ningún laurel!
      Pulsan las penas en la ventana,
vienen de noche con su oración,
más aún alegran en la mañana
los gorriones de mi balcón.
      Echéme al mundo de un salto loco,
fui peregrino sobre la mar ,
y en todas partes pecando un poco,
dejé mi vida como un cantar.
      No tuve miedo, fui turbulento,
miré en las almas como en la luz.
Di mi palabra con mi alma al viento,
como una espada llevo mi cruz.
       Yo marcho solo con mis leones
y la certeza de ser quien soy.
El diablo escucha mis oraciones.
Canta mi pecho: ¡Mañana es hoy!
        Va la carreta bamboleante,
por el camino, sobre una foz,
el can al flanco va jadeante
dentro una sombra canta sin voz.

martes, 17 de agosto de 2010

PENSAMIENTO CREATIVO

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Hace muchos años, cuando era estudiante 4° grado de educación secundaria en un colegio estatal y técnico del interior del país, di un examen del curso de matemática, que no me era indiferente dentro del agrado de las diferentes áreas de aquel tiempo; el docente que tenía a cargo el curso revisó cada ítem y en tres de cuatro el resultado era acertado con un proceso de desarrollo enmarcado dentro de la lógica geométrica pero mi calificación era de cero, al tener el examen en mis manos y revisar los resultados, obviamente me acerqué a dicho profesor y con el respeto que se merecía en aquel entonces, reclamé por la injusticia que se había cometido con mi calificación, él acomodó sus gruesos lentes, me vio supongo con un poco de incredulidad pues era uno de los mas temidos del colegio y nadie se atrevía a reclamarle, tomó el examen, lo observó detenidamente y me dio la razón, el resultado era el adecuado, sentí un poco de alivio al escuchar tan agradable y sorprendente respuesta, pero el alivio se convirtió en desesperación para luego dar paso a la ira y ahora a la pena, si bien era cierto que el resultado era acertado, el proceso de desarrollo no era de la forma cómo el profesor nos había enseñado e implícitamente me dio a entender que sólo era valedero su método y los otros métodos que uno por lógica puede descubrir y que te daba el mismo resultado no servían.

Supongo que el sistema educativo de aquellos tiempos estaba centrado en premiar al sumiso y al adaptado y en sancionar al que rompe esquemas o a los que no siguen los procedimientos establecidos, sin duda fue una estructura represora de ideas y de la creatividad, gracias a Dios ahora no es así pues actualmente la educación peruana se centra en cuatro capacidades fundamentales que son: El pensamiento creativo, el pensamiento crítico, la toma de decisiones y la solución de problemas; esto todo maestro sabe, pero me pregunto, ¿También sabrá este maestro la metodología de cada una de las capacidades fundamentales o estaremos siendo docentes retrógradas como mi muy recordado profesor de matemáticas? Pues recordemos que no es tan fácil fomentar la creatividad como uno de los ejes centrales de la labor pedagógica.

Comencemos desde el principio, ¿qué es el pensamiento creativo? , se ha escrito mucho sobre ello, Sánchez (2003) por ejemplo dice que es una capacidad que se forma y desarrolla a partir de la integración de los procesos psicológicos cognitivos y afectivos que predispone a toda persona a organizar respuestas originales y novedosas frente a una situación determinada o problemas que deben resolverse dejando de lado soluciones conocidas y buscando alternativas de solución que lleven a nuevos resultados o nuevas soluciones. Por otro lado para Benetti, experto brasileño, el pensamiento creativo no es mas que la curiosidad que es la madre de la creatividad, pero lamentablemente esto no se desarrolla en los colegios, pues no se invita a los niños a crear soluciones alternativas sino que en este tiempo de libre mercado y competencias cerradas, nos llama a buscar la mejor nota creando rivalidad entre los estudiantes y la mejor nota depende de la capacidad del alumno de repetir e imitar al profesor y no de usar su propia mente dentro del un marco creativo.

Pero abordemos un poco sobre la metodología, existen varios tipos de pensamiento creativo que podemos desarrollarlas en las diferentes áreas, estos son: artístico-plástica que se manifiesta en la escultura, la pintura, el modelado o la escultura, el plástico motora, que se manifiesta en los movimientos corporales, en el baile, la danza, los deportes, la gimnasia, etc. El literario que se manifiesta en la poesía, la narración, la novela y el ensayo, la musical que ostenta el gusto e interés por la armonía en general, y por la melodía, el tono, el ritmo y el compás, en particular, el científico que se manifiesta en la producción científica, en el descubrimiento y el interés por el conocimiento científico, el conocimiento técnico que se manifiesta en la inventiva y el desarrollo de las herramientas útiles y prácticas, el practico que se manifiesta en la vida diaria como aquella capacidad o ingenio para solucionar problemas cotidianos y el de relaciones sociales que está asociada a la inteligencia emocional y que permite a las personas a organizar respuestas emocionales originales o novedosas cuando se haya en una situación de interacción social con otras personas.

Recordemos que estos tipos de pensamientos creativos se pueden entrelazar unos a otros para organizarse en capacidades más generales y complejas, pero para ello debemos conocer los indicadores básicos presentes en el pensamiento creativo y son los siguientes: originalidad que permite a la persona producir una respuesta nueva teniendo en cuenta su edad, su desarrollo y el contexto en el cual se realiza, por supuesto que siempre esta respuesta se creará sobre la base de un conocimiento previo o una experiencia anterior. Flexibilidad del pensamiento que es la capacidad de adaptarse a las circunstancias del momento teniendo en cuenta las opiniones y juicios de otros, la persona que tiene desarrollada este indicador es tolerante y sabe adecuarse, y busca una solución diferente considerando las ideas de otras personas. Organización como característica por la cual la persona creativa se esfuerza por integrar diversos elementos de una situación o problema para darle una estructura y comprenderla; la persona creativa siempre trata de darle sentido a aquello que quiere conocer y es por ello que necesita estructurar u organizar los elementos constitutivos para darle una visión de conjunto. Divergencia que es la que demanda generar varias ideas alternativas, diversos procedimientos, varios resultados o soluciones ante una situación problemática de naturaleza abierta. Pero esto no acaba ahí, pues para el sistema educativo, los rasgos básicos del pensamiento creativo son: originalidad, fluidez imaginativa, fluidez asociativa, fluidez analógica, fluidez verbal, fluidez figurativa, flexibilidad de adaptación, profundidad del pensamiento, sensibilidad de los problemas e intuición; sería agotador desarrollar cada uno de ellos, pero para mejor comprensión veamos el siguiente cuadro:

 

MEDIANTE LA:

LA PERSONA:

originalidad

Sintetiza, construye, diseña, elabora, genera

fluidez imaginativa

Imagina, inventa, produce

fluidez asociativa

Conecta, asocia relaciona

fluidez analógica

Relaciona, reproduce, integra

fluidez verbal

Comunica, elabora

fluidez figurativa

Extrapola, representa

profundidad del pensamiento

Explora, abstrae, infiere e investiga

sensibilidad de los problemas

Identifica , interpreta

intuición

Observa, percibe, anticipa, predice, interpreta

Recordemos que de la persona creativa discurren o fluyen una corriente diversificada de ideas y para lograr ello en nuestros alumnos debemos seguir un conjunto de estrategias cognitivas para promover en función a distintas actividades de las diferentes áreas curriculares y entre estas estrategias figuran: Estrategias organizativas donde se despliegan operaciones sintéticas y de clasificación que se presentan en el proceso de aprendizaje. Estrategias analíticas donde se involucra las operaciones analíticas y de discriminación. Estrategias inventivas que tiene un vínculo directo con el trabajo creativo pues el fin es lograr un invento de cualquier tipo. Estrategias de solución de problemas es cuando se encuentra frente a un problema nuevo y debe buscar su solución. Estrategias metacognitivas, se organizan cuando el estudiante analiza sus propias operaciones mentales. Estas diferentes estrategias serán nutritivas en función de su adecuada planificación y ejecución, teniendo en cuenta las capacidades específicas y algunas de las indicaciones orientadoras; para mejor entendimiento, ver el siguiente cuadro:

ESTRATEGIAS QUE EMPLEA EL PENSAMIENTO CREATIVO

INDICACIONES ORIENTADORAS

CAPACIDADES DESARROLLAR

Estrategias organizativas

  • Cómo reunir los distintos elementos o agrupar en función a características comunes.
  • Cómo estructurar un agrupamiento o conjunto a partir de los elementos que lo constituyen.
  • Cómo priorizar a partir de un conjunto de elementos formando conjuntos jerarquizados.

Sintetizar

Ordenar

Clasificar

Estructurar

Estrategias analíticas

  • Cómo identificar y discriminar las características esenciales de las secundarias.
  • Cómo seleccionar y diferenciar elementos y eventos.
  • Cómo diferenciar los elementos de un conjunto o una clase.

Analizar

Disgregar

Descomponer

Identificar

Estrategias inventivas

  • Cómo transferir dinámicamente aprendizajes anteriores a una situación nueva o rara.
  • Cómo imaginar y proyectar nuevas propuestas.
  • Cómo elaborar representaciones mentales.
  • Cómo jugar con los tres niveles de representación.
  • Cómo aplicar metáforas o analogías.
  • Cómo aplicar el pensamiento divergente o lateral.

Elaborar

Producir

Lograr

Construir

Proyectar

Crear

Estrategias de solución de problemas

  • Cómo percibir problemas.
  • Cómo descubrir problemas.
  • Cómo definir un problema.
  • Cómo plantear soluciones hipotéticas.
  • Cómo tomar decisiones.

Resolver

Comprender

Descubrir

Inferir

Estrategias metacognitivas

  • Cómo reconocer las propias capacidades y competencias.
  • Cómo evaluar la propia ejecución cognitiva.
  • Cómo seleccionar una estrategia adecuada para un problema determinado.
  • Cómo determinar si uno comprende lo que está leyendo o escuchando.
  • Cómo transferir principios estratégicos de una situación a otra.
  • Cómo identificar alternativas y hacer elecciones racionales.
  • Cómo automotivarse.

Reconocer

Evaluar

Identificar

Transferir

Comprender

 

Probablemente ahora la pregunta sería ¿en qué medida se tiene presente esta “capacidad fundamental”, llamado así en anterior DCN que paradójicamente ya no se encuentra en el DCN actual?, esta pregunta fue lanzada a la discusión en una clase con colegas maestros donde se enfrascaron en un largo debate y que terminaron por confundir más el asunto, pues cabe mencionar que estamos acostumbrados a cumplir lo que esta escrito explícitamente y no a analizar al detalle las propuestas o los textos. Pues bien, si bien es cierto que estas llamadas “capacidades fundamentales” no están explícitas en el DCN actual, ello no quiere decir que no estén presentes; una de las características de la educación dentro de muchas es que debe ser CREATIVA y no castrante, por otro lado, en la propuesta pedagógica del PEN hacia el 2021 también se tiene presente el desarrollar las habilidades creativas en el estudiante y por último el DCN actual tiene estas “capacidades fundamentales” de forma intrínseca pues es política o parte de la planificación el desarrollar con esta característica y todo esto con un solo fin, El de desarrollar las habilidades creativas en los estudiantes frente al reto más importantes de sus vidas, hacerle frente a su existencia y salir airosos en la lucha con su destino hacia su porvenir.

Pero volviendo a mi profesor de colegio, como se imaginarán, él ocupa un espacio en mis recuerdos pero del lado negro o negativo e hice caso omiso a sus preceptos y gracias a esta omisión terminé en la profesión más bella del mundo y estoy aquí escribiendo este artículo y publicando este blog.

domingo, 25 de abril de 2010

JUAN RUIZ Y EL LIBRO DEL BUEN AMOR


Como ya lo habíamos analizado en el artículo anterior, Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, fue el escritor más representativo del mester de clerecía y ello gracias a esa maravillosa titulada el “Libro del Buen Amor”, pues bien conozcamos un poco a Juan Ruiz.
Nacido probablemente en 1283 en Alcalá de Henares, fue el arcipreste del pueblo de Hita provincia de Guadalajara, algunos estudiosos afirman que su “Libro del Buen Amor” lo escribió en la cárcel pagando una condena injusta y a causa de celos profesionales del entonces cardenal Gil de Albornoz, Arzobispo de Toledo.
El autor, en este libro, se propone informar e instruir al lector sobre los riesgos que implica el loco amor o el amor mundano y las grandes ventajas del buen amor o el amor de Dios pero lo novedoso de este libro es un humor ambiguo y junto a este detalle se destaca el uso de la primera persona que es la voza del propio arcipreste o de los personajes Melón de la Huerta o Melón Ortiz, desde mi humilde percepción, ese uso del “yo” es un juego dual de tránsito entre virtuosos y pecadores pues observaremos que el mismo arcipreste en sendos pasajes suele ser tentado por el pecado y a veces cae en dichas tentaciones, pues esta ficción autobiográfica amorosa comprende los intentos de seducción que realiza el arcipreste y que suele fracasar, esto ocurre en un primer momento con una dueña y con una mujer llamada Doña Cruz, que termina por relacionarse no con el arcipreste enamorado, sino con su mensajero Ferrán García, es ahí que se adentra en una serie de discusiones con el Amor a quien termina diciéndole ”quisiste ser maestro antes que discípulo ser” y a quien le recomienda que leyera a Ovidio, también el amor le recomienda que busque una tercera en amores a quien le va a llamar la Trotaconventos, que sería en la actualidad que ofrece servicios sexuales, también sugiere que no se exceda en beber demasiado vino tinto o blanco y que sea mesurado en todos sus actos.
A partir de ese momento, la ficción de yo se traslada a la figura de don Melón de la huerta quien busca amores y termina por casarse con Doña Endrina, del mismo modo, aparecen otros personajes mujeres como una dueña, una viuda, una monja, una mora para llegar finalmente a las serranas pues desde sus escritos el narrador sostiene que “probar todas las cosas el apostol manda. Al morir la Trotaconventos, el arcipreste desolado y triste, increpa a la muerte “¡Ay Muerte! ¡Muertas seas y malandante!
Pero esta maravillosa obra con un lenguaje acariciante y empalagosa, llega a su punto máximo en los tramos de la pelea entre el arcipreste y Don Amor (estrofas 372 – 387), en este fragmento se establece un paralelo entre los pasos de la seducción y las horas canónicas, antecedente del tópico literario de la “misa de amor”, como reaparece en el romance en el que los monaguillos, en lugar de decir “amén, amén”, dicen “amor, amor”; la lucha entre Don Carnal y Doña Cuaresma, cada uno dirigiendo su propio ejército de animales.
Es notoria la influencia de “Las falsas vidas” de Ovidio retomadas con ingredientes jocosos y extensiones de parodias en los episodios de las serranas; las fábulas y cuentos provenientes de las colecciones orientales, las sentencias y los refranes; también es necesario agregar que se notan las coincidencias de la obra con ciertos rasgos de la literatura de los goliardos, poetas y clérigos mendicantes de los siglos XII y XIII que se burlaban de la hipocresía de ciertos dignatarios de la Iglesia y proponían el placer como respuesta a la fugacidad de la vida, estas coincidencias se dan especialmente en el humor, la parodia y la sátira.
La influencia que ejerció esta obra es importante pues el personaje de la Trotaconventos adquirirá matices de personaje principal en la obra “La celestina” de Fernando de Rojas, un siglo después; también el dinero y la sátira serán temas recurrentes para Francisco de Quevedo y Villegas en el siglo de oro español.


Aquí fabla de la pelea qu'el arçipreste ovo con don Amor.

Tal eres, como el lobo, retrahes lo que fases, 372
estrañas lo que ves, et non el lodo en que yases,
eres mal enemigo; a todos quantos plases
fablas con grant simplesa, porque muchos engañes.

A obla de piedad nunca paras mientes, 373
nin visitas los presos, nin quieres ver dolientes,
si non solteros, sanos, mançebos e valientes:
si loçanas encuentras, fáblaslas entre dientes.

Reças muy bien las oras con garçones folguynes 374
Cum his qui oderunt paçem fasta que el salterio afines.
Diçes ecce quem bonum, con sonajas, et baçines,
in noctibus stolite, después vas a maitines.

Do tu amiga mora comienças a levantar 375
domine labia mea en alta voz a cantar,
primo dierum ortu los estormentos tocar
nostras preçes ut audiat, et fáçeslos despertar.

Desque sientes a ella tu coraçón espaçias 376
con la maitinada cántate en las frurias laçias
laudes aurora luçe dasles grandes graçias
con miserere mei mucho te lo engraçias.

Et saliendo el sol comienças luego prima 377
debe in notem tuo ruegas a tu saquima
que la lieve por agua e que dé a toda çima
va en achaque de agua a verte la mala esquima.

Et si es tal que non usa andar por las callexas 378
que la lieve a las huertas por las rosas vermejas
si cree la babieca sus dichos e consejas
cueva tristis trae de quicumque vult redruexas.

Et si es dueña tu amiga que d'esto non se compone 379
tú católica e ella, cata manera que la trastorne
os, linga, mens le añade seso con ardor pospone
va la dueña a terçia caridat a longe pone.

Tú vas luego a la iglesia por le deçir tu raçón 380
más que por oír la misa, nin ganar de Dios perdón,
quieres la misa de los novios sin gloria, e sin son,
caxqueas al dar ofrenda, bien trotas el comendón.

Acabada la misa reças tú bien la sexta 381
que la vieja que tiene a tu amiga presta
comienças in verbum tuum, e diçes tú de aquésta
Sed sanctus sant' licor por la grand misa de fiesta.

Diçes quomodo dilexi nuestra fabla varona 382
susçipe me secundum, que para la mi corona
lucerna pedibus meis es la vuestra persona,
ella te diçe quam dulçia que recabdas a la nona.

Vas a reçar la nona con la dueña loçana 383
Mirabilia comienças, diçes de aquesta plana
Gresus meos dirige, responde doña fulana
Iustus es Domine tañer a nona la campana.

Nunca vi sancristán que a vísperas mexor tanga 384
todos los instierros toca con la chica manga
la que viene a tus vísperas por bien que se remanga
con virga virtutis tue faces, que de ay retanga.

Sede a destris meis diçes a la que viene; 385
cantas letatus sum, si allí se detiene;
illic enim asçenderunt a qualquier que allí se atiene.
La fiesta de seis capas contigo la Pascua tiene

Nunca vi cura de almas que tan bien diga completas. 386
Vengan fermosas, o feas, quier' blancas, quier'prietas
digan te conoscas nos se grado abres las puertas
después custodinos te ruegan las encubiertas.

Fasta el quod parasti non la quieres dexar 387
ante façiem eius sabes las alxar
in gloria plebis tuae façes las aveitar
salve regina, diçes, si de ti se va quexar
.